Ecos del camino

Como cubano que lleva más de veinte años viviendo en Chile, y antes un tiempo en otros países, ya no puedo separar dónde termina mi origen y dónde empieza lo que he recogido en la ruta. Un profesor de inglés, hace muchos años, me dijo algo que nunca olvidé: “Solo hablarás bien el idioma el día que sueñes en inglés”. Y tenía razón su verdad. Lo comprobé aunque sin mucho exito en cuanto a idiomas. Yo no he dejado de intentarlo. Pero no solo con las lenguas: también con la poesía, con la música, con los gestos y las costumbres. Uno vive, observa, y sin proponérselo empieza a soñar con lo que el camino le ha dado. Lo integra. Se hace natural. Hoy mi casa es un eco de todos esos viajes: un sitio donde caben palabras, acentos y sabores de todos lados. Donde a veces no sé si lo que digo viene del campo cubano donde nací o de cualquier esquina donde alguna vez dormí o reí. Hace unas horas, mi hija mayor pasó a verme. Tomamos café, conversamos un rato. Al despedirse, dijo: “Ay, padre, dame un beso. Me voy, estoy tan cansada que solo quiero ir a hacer tutito”. Y pensé: podía haber dicho dady, I should go to sleep; o me voy en surna, como en mi pueblo; o me voy al sobre, como en Chile. Y la habría entendido igual. Porque no es solo el lenguaje del amor. Es el lenguaje del camino. A veces pienso que el profesor tenía razón: para hablar como nativo hay que soñar en ese idioma. Yo he soñado en varios, aunque el éxito no me haya acompañado tanto como la terquedad. También sueño con guitarras. Mi hija me regaló una, pero creo que recapacitó —tal vez tras cierta experiencia auditiva— y luego se apareció con un ukelele. Yo sigo intentando convertir los sueños en realidad… pero solo cuando estoy seguro de que no hay nadie en casa. Entre cuerdas, teclas y recuerdos sueño con los ecos del camino.
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