Filosofia de cantina
Pensando boberías
Fragmento de Filosofía de cantina
Existe en cada ser humano una presencia que va más allá del cuerpo, más allá del lenguaje y de la acción visible. Es una forma de estar que se percibe sin necesidad de tocar ni hablar. Un campo sutil, una atmósfera que emana de cada individuo y que modifica silenciosamente el entorno. Algunos lo llaman aura, otros energía, otros simplemente lo sienten sin saber cómo nombrarlo. Aquí lo llamaremos campo de resonancia humano. Este campo no es teoría. Es experiencia.
Se manifiesta cuando alguien llega a un espacio y algo cambia, aunque no haya dicho palabra. Se siente también cuando alguien parte, y el ambiente ya no vuelve a ser el mismo. Puede ser reconfortante o inquietante. Puede llenar una casa de calidez o dejarla vacía aun estando llena de objetos.
Esta resonancia no pertenece sólo a los humanos. Algunos animales, especialmente los domésticos como los perros, son sensibles a ella. Pueden anticipar la llegada de una persona a kilómetros de distancia, no por sonido o rutina, sino por una percepción que parece obedecer a otra lógica: la de un lazo afectivo que se activa a la distancia. Lo perciben, lo siguen, lo buscan. Es una prueba viva de que los vínculos no se limitan al contacto físico.
He caminado por muchas geografías —ciudades vastas, pueblos humildes, selvas espesas, desiertos extendidos— y en cada una de ellas he sentido cómo varía esta resonancia. Hay lugares bellos donde el cuerpo se inquieta, y hay parajes inhóspitos donde el alma se siente en paz. No depende del paisaje, sino de la suma invisible de las presencias que han habitado ese suelo, de las emociones que se han repetido en él, de los vínculos que se han tejido o quebrado con el paso del tiempo.
También en las relaciones humanas esta resonancia se vuelve clave. A veces basta mirar a una persona para saber que algo nos une, o que debemos alejarnos. Hay amores que nacen de una vibración compartida, sin palabras. Hay rechazos que no obedecen a la lógica, sino a un desajuste profundo entre campos. La intuición, el presentimiento, el instinto, son modos en que nuestro cuerpo percibe estas realidades no visibles.
Recientemente, he sentido esta resonancia en su forma más pura: el anuncio de una nueva vida. Una presencia aún no nacida, que ya se manifiesta en el entorno, que modifica el aire, la mirada, la atmósfera del hogar. No es una idea, es una certeza. Algo ha llegado, aunque aún no ha nacido. Y esa vivencia la he reavivado en mí una conciencia antigua, un saber interior que siempre ha estado allí, esperando ser dicho.
El campo de resonancia humano no se enseña ni se impone. Se percibe. Se reconoce. Nos une y nos atraviesa. Es la forma más silenciosa de estar en el mundo, pero también una de las más poderosas.