La Vecina y la Gata
En mi afán sincero
de componer poesía sin oficina,
me puse a caminar
por los caminos de la vida,
con el ansia de practicar…
y conocí a una vecina singular.
Me dijo que triste y sola estaba,
y que su gata maullaba,
pero no mordía.
Y yo, atento, joven y galante,
la miraba, complaciente,
y me fui a casa de la vecina, sonriente.
El marido trabajaba deshoras,
y la dejaba abandonada;
ella y la gata maullaban.
Y yo, que no entendía bien las cosas de este mundo,
una noche me encontré socorriendo,
sin sentido… y sin rumbo.
Nada de ropas traía,
y la gata maullaba,
mientras yo me esforzaba… con alegría.
Ayudé como quien salva el mundo.
Por eso hoy puedo —casi— hacer poesía
y garantizarles, con calma y sin fantasía:
que aquella gata
no tenía una quinta pata…
¡y que la vecina mordía!