Donde el agua tenía madre

Relato personal

Evidentemente, yo era muy pequeño. Pero hoy —lamentablemente— tengo casi la edad que tenía mi abuela cuando me contaba estas historias. Solo viví en Cambute hasta los nueve años. En ese tiempo éramos niños libres en la naturaleza: pescábamos, cazábamos, corríamos monte adentro…

Pero había reglas no escritas. No se cazaban crías. No se mataba lo que no se fuera a comer.

Mi abuela nos advertía sobre ciertos lugares y sonidos. Decía que la Madre Agua cantaba como un gallo, y que tenía forma de serpiente, pero gruesa como un toro. Nunca hacíamos ruido en el charco donde se decía que ella vivía. Ese lugar tenía nombre: el Charco Tabia.

Hoy no existe. Volví hace unos años. Ya no era el espejo profundo de antes. Apenas un pantano cubierto de maleza.

El Cambute que yo viví… ya no está. Ya no están los titanes que hablaban con la tierra, ni los que escuchaban al río sin hacerle daño.

Hoy se tala. Hoy se contamina. Hoy se olvida.

Y solo quedan huellas… leves, tristes, desgastadas.


Últimas palabras a la Madre Agua

Mi abuela decía que mientras la madre agua estuviera, el lugar tendría agua. Pero ya no está. El charco se secó. No sé si se murió… o si se fue. Como tanta gente de Siba. Como yo.

Porque uno aprende, tarde o temprano, que a veces hay que soltar lo que más ama. Aunque duela. Aunque queme. Aunque no se quiera.

Elegía a la Madre Agua

Había un charco. No era charco, era espejo hondo. Una especie de lago secreto donde vivía la madre agua. Se respetaba. Se le hablaba bajito.

Mi abuela, que sabía sin leer, cuando pasaba recogiendo hierbas con su cesta de monte, le decía en voz baja: “¡Gracia, madre!”

Y seguía. Nunca pisaba sin pedir permiso. Nunca cortaba sin agradecer. Ella lo había aprendido de su madre, y esa de la suya, y esa de otra que ya se había disuelto en la niebla del tiempo.

Hoy ya nadie pide permiso. Ya nadie mira al charco. Ya nadie cree que el agua tenga madre.

Hoy la tierra se quema por dentro, los pozos dan veneno, y las hormigas —esas que antes eran rareza— ahora invaden cada rincón como aviso.

Antes no había hospitales, pero había sabiduría. Hoy hay hospitales vacíos y promesas llenas.

Antes se curaba con telaraña y yagruma. Hoy se espera una pastilla que nunca llega.

Cambute ya no habla. Siba ya no canta. Solo llora. Con un llanto que ya no se oye… porque ni los ríos se atreven a correr como antes.


Esto no es nostalgia. Es testimonio. Porque hay cosas que no deberían olvidarse. Porque a veces, cuando uno recuerda, el agua vuelve a cantar bajito… aunque sea desde la memoria.

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