Confesión en décimas
Nací llorando en silencio
con bemba gorda y callada,
me crié en tierra sagrada
de guamo, ceiba e incienso.
Aprendí que el sufrimiento
se disfraza con sudor,
y que el beso y el dolor
son primos en la quebrada…
si no hay cama, hay enramada…
si no hay reina, hay buen humor.
Yo fui niño entre palmeras
con cuchillito y chancleta,
y con ella —mi profeta—
vi danzar las cordilleras.
No entendí muchas banderas,
ni juré por religión,
pero sí por convicción
amé mujeres tan bellas
que a veces ni eran de ellas
los nombres que me dijeron.
Supe llorar en entierros
sin saber bien por quién era,
y en noches sin luna entera
soñé con cielos enfermos.
Me enseñaron los becerros
que el hambre no es opinión,
y que el que sirve la ración
primero huele la olla…
Yo crecí sin la cartilla,
pero con mucha intuición.
A veces fui el visitante
de camas improvisadas,
y otras, de las bien bordadas
con sábanas de aguante.
Nunca fui un fiel militante,
pero supe ser sincero…
si una mujer fue mi cielo
la traté como princesa,
aunque a veces la promesa
solo durara un febrero.
Cambute me hizo llorón
con estilo y con poesía,
aprendí que en la agonía
también hay revelación.
No tengo explicación
para muchas de mis rutas,
solo sé que entre batutas
y relajo campesino,
hice del amor divino
una liturgia sin disputa.
Dedicado a ella, mi profeta preferida,
que aún vuela por la cordillera.